
Os ofrecemos a continuación algunos fragmentos del libro El lobby israelí y la política exterior de Estados Unidos, de los catedráticos norteamericanos John J. Mearsheimer y Stephen M. Walt, que tantas ampollas levantó en los Estados Unidos cuando se publicó. Una reacción, por otro lado, que vino a confirmar la principal hipótesis de este ensayo: que el poder del lobby proisraelí sobre quienes tienen la responsabilidad de tomar decisiones políticas en ese país es infinitamente mayor de lo que imaginamos.
“A fecha de 2005 la asistencia económica y militar directa a Israel ascendía a 154.000 millones de dólares (en dólares de 2005), el grueso de la cual comprendía ayudas económicas directas más que préstamos. (…). Estados Unidos ofrece a Israel otras formas de asistencia material que no están incluidas en el presupuesto de asistencia exterior” (p.50).
“Hubo también varios abruptos desacuerdos diplomáticos entre Washington y Jerusalén durante este periodo. Cuando Israel ignoró las demandas de la ONU para que detuviera los trabajos en un canal para desviar el agua del río Jordán en septiembre de 1953, el secretario de Estado John Foster Dulles anunció con prontitud que Estados Unidos suspendía la ayuda exterior: Israel accedió a paralizar el proyecto el 27 de octubre y la ayuda de Estados Unidos fue restablecida” (p.51).
“El auténtico viraje radical tuvo lugar a continuación de la guerra de los Seis Días en junio de 1967. Tras aproximarse a una media de 63 millones de dólares anuales de 1949 a 1965 (de los cuales más del 95 por ciento era asistencia económica y ayuda alimentaria), la ayuda media se elevó a 102 millones de dólares anuales de 1966 a 1970. El apoyo se disparó a 634,5 millones de dólares en 1971 (aproximadamente el 85 por ciento era asistencia militar) y se multiplicó por más de cinco después de la guerra del Yom Kipur en 1973. Israel se convirtió en el mayor receptor anual de ayuda exterior estadounidense del mundo en 1976, una posición que ha mantenido desde entonces. (…) Israel recibe ahora unos 3.000 millones de dólares de media en asistencia exterior, una cantidad que es aproximadamente un sexto del presupuesto de Estados Unidos para asistencia exterior directa y equivale a cerca del 2 por ciento del PIB de Israel” (p.53-54).
“En 2004, de hecho, Israel, un país relativamente pequeño, se había convertido en el octavo mayor suministrador de armas del mundo (…). Israel es el único receptor de ayuda económica estadounidense que no tiene que dar cuentas de cómo la gasta” (p.56-57).
“Además de la ayudas subvencionadas por el gobierno y las garantías de crédito, se estima que Israel recibe unos 2.000 millones de dólares anualmente en donaciones privadas de ciudadanos estadounidenses, aproximadamente la mitad en pagos directos y la otra mitad mediante la compra de bonos del Estado de Israel” (p.58).
“Entre 1942 y 2006 Estados Unidos vetó 42 resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU que eran críticas con Israel. Esa cifra es mayor que el resultado de sumar todos los vetos emitidos por todos los demás miembros del Consejo de Seguridad en el mismo periodo y supone ligeramente más de la mitad de todos los vetos estadounidenses durante esos años” (p.76).
“El respaldo a Israel también imponía otros costes para Estados Unidos, como el embargo árabe del petróleo y la caída de la producción de petróleo durante la guerra de Octubre de 1973. La decisión de usar “el arma del petróleo” fue una respuesta directa a la decisión de Nixon de facilitar a Israel 2.200 millones de dólares de asistencia militar de emergencia durante la guerra, y en última instancia ocasionó importantes daños a la economía estadounidense” (p.97).
“Israel también facilitó a Estados Unidos informes alarmistas sobre los programas de armas de destrucción masiva (ADM) de Irak antes de la invasión de 2003, contribuyendo de ese modo a los errores de cálculo de Estados Unidos respecto al peligro real que representaba Sadam Hussein” (p.99).
“En el periodo posterior a los atentados terroristas del 11 de septiembre, la principal justificación estratégica tras el apoyo estadounidense a Israel pasó a ser la afirmación de que los dos Estados eran ahora “socios contra el terrorismo”. Este nuevo argumento pinta a Estados Unidos e Israel como amenazados por los mismos grupos terroristas y por un conjunto de ‘Estados canallas’ que respaldan a estos grupos y pretenden conseguir ADM” (p.106).
“El terrorismo no es una organización, ni un movimiento, ni siquiera un ‘enemigo’ al que se le pueda declarar la guerra; el terrorismo es simplemente la táctica de atacar indiscriminadamente objetivos enemigos –especialmente civiles- con el fin de sembrar miedo, minar la moral y provocar reacciones desacertadas por parte del adversario. Es una táctica que muchos grupos diferentes emplean algunas veces, normalmente cuando son mucho más débiles que sus adversarios y no tienen ninguna otra buena opción para luchar contra fuerzas militares superiores. Los sionistas usaron el terrorismo cuando estaban intentando expulsar a los británicos de Palestina y establecer su propio Estado -por ejemplo, poniendo bombas en el hotel Rey David en Jerusalén en 1946 y asesinando al mediador de la ONU Folke Bernadotte en 1948, entre otras acciones- y Estados Unidos ha respaldado diversas organizaciones ‘terroristas’ en el pasado (incluyendo a los contras de Nicaragua y a la guerrilla UNITA en Angola)” (p.110).
“Según el Wall Street Journal, ‘los diplomáticos árabes dicen que países como Arabia Saudí, Egipto, Qatar, Kuwait y los Emiratos Árabes Unidos encontrarán difícil colocarse públicamente al lado de los Estados Unidos en lo relativo a Irán y a la estabilidad regional en un sentido más amplio a menos que Washington presione a Israel acerca de una iniciativa de paz’. O en palabras de un diplomático árabe, ‘la carretera hacia Bagdad pasa por Jerusalén, y no al revés’. Y ésa es la razón de que el bipartidista Grupo de Estudio de Irak concluyera en diciembre de 2006 que ‘Estados Unidos no podrá lograr sus objetivos en Oriente Próximo a menos que Estados Unidos aborde directamente el conflicto árabe-israelí” (p.128-129).
“Las creencias comúnmente aceptadas sobre cómo se creó Israel y cómo se ha comportado posteriormente con los palestinos así como con los Estados vecinos son erróneas. Están basadas en un conjunto de mitos sobre acontecimientos del pasado que los académicos israelíes han echado por tierra sistemáticamente durante los últimos veinte años. Aunque no existen dudas sobre que los judíos fueron a menudo víctimas en Europa, en el siglo pasado han sido con frecuencia los acosadores en Oriente Próximo, y sus principales víctimas fueron y continúan siendo los palestinos” (p.137).
“La historia de estos acontecimientos está bien documentada. Cuando comenzó a existir seriamente el sionismo político a finales del siglo XIX, sólo había entre 15.000 y 17.000 judíos residentes en Palestina. En 1893, por ejemplo, los árabes constituían más o menos el 95 por ciento de la población, y a pesar de hallarse en parte bajo control otomano, habían estado en posesión constante de este territorio durante trece siglos. (…). En 1948, cuando se fundó el Estado de Israel, sus 650.000 judíos sólo constituían en torno al 35 por ciento de la población de Palestina, y sólo eran dueños del 7 por ciento de la tierra” (p.156).
“El liderazgo sionista unas veces se mostró propenso a aceptar la partición como primer paso, aunque siempre fue una mera maniobra táctica muy lejana de su auténtico objetivo. No tenían ninguna intención de coexistir con un Estado palestino viable a largo plazo, ya que semejante desarrollo de los acontecimientos entraba en conflicto directo con el sueño de la creación de un Estado judío en la totalidad de Palestina” (p.157).
“Rabín en realidad se opuso a la creación de un Estado palestino con todas las de la ley. En 1995, año en que fue asesinado, Rabín dijo: ‘Aspiro a la coexistencia pacífica de Israel como Estado judío, no en toda la tierra de Israel, ni en la mayor parte, con capital en un Jerusalén unificado, con las fronteras de seguridad con Jordania debidamente reconstruidas; al lado, una entidad palestina, sin llegar a ser un Estado, que dirija los destinos de los palestinos (…). Ése es mi objetivo, y no el regreso a las fronteras anteriores a la guerra de los Seis Días, sino la creación de dos entidades, una separación entre Israel y los palestinos que residen en Cisjordania y Gaza’” (p.163).
“Con Amitay y su sucesor, Tom Dine, el AIPAC se transformó; dejó de ser una operación de carácter íntimo y de bajo presupuesto para ser una organización grande, con una amplia masa en la base, con un personal de más de 150 empleados y un presupuesto anual (recaudado solamente entre las aportaciones particulares) que pasó de unos 300.000 dólares en 1973 a una estimación de 40 o tal vez 60 millones hoy en día” (p.200-201).
“La mayoría de los judíos estadounidenses apoya desde hace mucho tiempo las causas liberales y el Partido Demócrata, y la mayoría está a favor de una solución biestatal al conflicto entre israelíes y palestinos. Con todo y con eso, algunos de los grupos más importantes del lobby –incluidos el AIPAC y la Conferencia de Presidentes- se han vuelto cada vez más conservadores con el paso de los años, y hoy en día son partidarios de la línea dura que apoyan las posiciones de sus colegas más duros, los halcones de Israel” (p.211).
“Los judíos sin embargo comprenden el núcleo duro del movimiento neoconservador. En este sentido, el neoconservadurismo es un microcosmos a escala del movimiento proisraelí de mayores dimensiones. Los judíos estadounidenses son vitales en el movimiento neoconservador, pues forman el grueso del lobby, pero los no judíos son activos en ambos” (p.221).
“Los orígenes del sionismo cristiano se encuentran en la teología del ‘dispensacionalismo’, un enfoque particular de la interpretación bíblica surgido en la Inglaterra del siglo XIX, gracias sobre todo a los esfuerzos de pastores anglicanos como Louis Way y John Nelson Darby. El dispensacionalismo es forma de ‘premileranismo’, que afirma que el mundo experimentará un periodo de tribulaciones cada vez más graves hasta la hora en que regrese Cristo. Al igual que tantos otros cristianos, los dispensacionalistas creen que el retorno de Cristo está predicho en las profecías del Antiguo y del Nuevo Testamento, y que el retorno de los judíos a Palestina es un acontecimiento clave en el proceso predestinado que desembocará en el Segundo Advenimiento. La teología de Darby, Way y sus seguidores influyó en algunos destacados políticos ingleses, y es posible que diera al secretario de Exteriores británico Arthur Balfour una mayor receptividad a la idea de crear un hogar y una nación para los judíos en Palestina” (p.222).
“Como comentó una vez Harry Truman de un modo que ya es famoso, ‘en toda mi experiencia política no recuerdo que el voto árabe haya decidido nunca una elección especialmente reñida’. (…) Ni los gobiernos árabes ni el muy cacareado lobby del petróleo presuponen un contrapeso de importancia ante el lobby israelí” (p.237).
“El AIPAC, que se anuncia como ‘lobby proisraelí de Estados Unidos’, tiene en su poder de forma casi absoluta al Congreso” (p.271).
“Thomas Friedman, columnista del New York Times, ofreció en mayo de 2003 una valoración similar al decirle a Avi Shavit, de Ha’aretz, que Irak era ‘la guerra que los neoconservadores querían (…), la guerra que los neoconservadores habían vendido, (…) no habría ocurrido si hace año y medio se hubiera exiliado a 25 personas cuyos nombres podría darle ahora mismo y que en este momento se encuentran a una distancia no mayor de cinco manzanas de esta oficina (de Washington D.C.)” (p.411).
“Los iraníes, al igual que los estadounidenses y los israelíes, reconocen que las armas nucleares son la mejor protección que existe para un Estado que está en la lista de objetivos de otro Estado. Como escribió el experto Ray Takeyh, del Consejo de Relaciones Exteriores, ‘los cálculos nucleares de Irán no se derivan de una ideología irracional, sino de un intento razonado de confeccionar una capacidad disuasoria viable para responder a un amplio y variable abanico de amenazas. Los mandatarios iraníes se ven en el punto de mira de Washington, y esta percepción es la que les conduce a acelerar su programa nuclear’” (p.460).
“Israel es el único país del mundo en el que un número considerable de personas aboga por una alternativa militar contra Irán si éste no detiene su programa nuclear” (p.486).
“A fecha de 2005 la asistencia económica y militar directa a Israel ascendía a 154.000 millones de dólares (en dólares de 2005), el grueso de la cual comprendía ayudas económicas directas más que préstamos. (…). Estados Unidos ofrece a Israel otras formas de asistencia material que no están incluidas en el presupuesto de asistencia exterior” (p.50).
“Hubo también varios abruptos desacuerdos diplomáticos entre Washington y Jerusalén durante este periodo. Cuando Israel ignoró las demandas de la ONU para que detuviera los trabajos en un canal para desviar el agua del río Jordán en septiembre de 1953, el secretario de Estado John Foster Dulles anunció con prontitud que Estados Unidos suspendía la ayuda exterior: Israel accedió a paralizar el proyecto el 27 de octubre y la ayuda de Estados Unidos fue restablecida” (p.51).
“El auténtico viraje radical tuvo lugar a continuación de la guerra de los Seis Días en junio de 1967. Tras aproximarse a una media de 63 millones de dólares anuales de 1949 a 1965 (de los cuales más del 95 por ciento era asistencia económica y ayuda alimentaria), la ayuda media se elevó a 102 millones de dólares anuales de 1966 a 1970. El apoyo se disparó a 634,5 millones de dólares en 1971 (aproximadamente el 85 por ciento era asistencia militar) y se multiplicó por más de cinco después de la guerra del Yom Kipur en 1973. Israel se convirtió en el mayor receptor anual de ayuda exterior estadounidense del mundo en 1976, una posición que ha mantenido desde entonces. (…) Israel recibe ahora unos 3.000 millones de dólares de media en asistencia exterior, una cantidad que es aproximadamente un sexto del presupuesto de Estados Unidos para asistencia exterior directa y equivale a cerca del 2 por ciento del PIB de Israel” (p.53-54).
“En 2004, de hecho, Israel, un país relativamente pequeño, se había convertido en el octavo mayor suministrador de armas del mundo (…). Israel es el único receptor de ayuda económica estadounidense que no tiene que dar cuentas de cómo la gasta” (p.56-57).
“Además de la ayudas subvencionadas por el gobierno y las garantías de crédito, se estima que Israel recibe unos 2.000 millones de dólares anualmente en donaciones privadas de ciudadanos estadounidenses, aproximadamente la mitad en pagos directos y la otra mitad mediante la compra de bonos del Estado de Israel” (p.58).
“Entre 1942 y 2006 Estados Unidos vetó 42 resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU que eran críticas con Israel. Esa cifra es mayor que el resultado de sumar todos los vetos emitidos por todos los demás miembros del Consejo de Seguridad en el mismo periodo y supone ligeramente más de la mitad de todos los vetos estadounidenses durante esos años” (p.76).
“El respaldo a Israel también imponía otros costes para Estados Unidos, como el embargo árabe del petróleo y la caída de la producción de petróleo durante la guerra de Octubre de 1973. La decisión de usar “el arma del petróleo” fue una respuesta directa a la decisión de Nixon de facilitar a Israel 2.200 millones de dólares de asistencia militar de emergencia durante la guerra, y en última instancia ocasionó importantes daños a la economía estadounidense” (p.97).
“Israel también facilitó a Estados Unidos informes alarmistas sobre los programas de armas de destrucción masiva (ADM) de Irak antes de la invasión de 2003, contribuyendo de ese modo a los errores de cálculo de Estados Unidos respecto al peligro real que representaba Sadam Hussein” (p.99).
“En el periodo posterior a los atentados terroristas del 11 de septiembre, la principal justificación estratégica tras el apoyo estadounidense a Israel pasó a ser la afirmación de que los dos Estados eran ahora “socios contra el terrorismo”. Este nuevo argumento pinta a Estados Unidos e Israel como amenazados por los mismos grupos terroristas y por un conjunto de ‘Estados canallas’ que respaldan a estos grupos y pretenden conseguir ADM” (p.106).
“El terrorismo no es una organización, ni un movimiento, ni siquiera un ‘enemigo’ al que se le pueda declarar la guerra; el terrorismo es simplemente la táctica de atacar indiscriminadamente objetivos enemigos –especialmente civiles- con el fin de sembrar miedo, minar la moral y provocar reacciones desacertadas por parte del adversario. Es una táctica que muchos grupos diferentes emplean algunas veces, normalmente cuando son mucho más débiles que sus adversarios y no tienen ninguna otra buena opción para luchar contra fuerzas militares superiores. Los sionistas usaron el terrorismo cuando estaban intentando expulsar a los británicos de Palestina y establecer su propio Estado -por ejemplo, poniendo bombas en el hotel Rey David en Jerusalén en 1946 y asesinando al mediador de la ONU Folke Bernadotte en 1948, entre otras acciones- y Estados Unidos ha respaldado diversas organizaciones ‘terroristas’ en el pasado (incluyendo a los contras de Nicaragua y a la guerrilla UNITA en Angola)” (p.110).
“Según el Wall Street Journal, ‘los diplomáticos árabes dicen que países como Arabia Saudí, Egipto, Qatar, Kuwait y los Emiratos Árabes Unidos encontrarán difícil colocarse públicamente al lado de los Estados Unidos en lo relativo a Irán y a la estabilidad regional en un sentido más amplio a menos que Washington presione a Israel acerca de una iniciativa de paz’. O en palabras de un diplomático árabe, ‘la carretera hacia Bagdad pasa por Jerusalén, y no al revés’. Y ésa es la razón de que el bipartidista Grupo de Estudio de Irak concluyera en diciembre de 2006 que ‘Estados Unidos no podrá lograr sus objetivos en Oriente Próximo a menos que Estados Unidos aborde directamente el conflicto árabe-israelí” (p.128-129).
“Las creencias comúnmente aceptadas sobre cómo se creó Israel y cómo se ha comportado posteriormente con los palestinos así como con los Estados vecinos son erróneas. Están basadas en un conjunto de mitos sobre acontecimientos del pasado que los académicos israelíes han echado por tierra sistemáticamente durante los últimos veinte años. Aunque no existen dudas sobre que los judíos fueron a menudo víctimas en Europa, en el siglo pasado han sido con frecuencia los acosadores en Oriente Próximo, y sus principales víctimas fueron y continúan siendo los palestinos” (p.137).
“La historia de estos acontecimientos está bien documentada. Cuando comenzó a existir seriamente el sionismo político a finales del siglo XIX, sólo había entre 15.000 y 17.000 judíos residentes en Palestina. En 1893, por ejemplo, los árabes constituían más o menos el 95 por ciento de la población, y a pesar de hallarse en parte bajo control otomano, habían estado en posesión constante de este territorio durante trece siglos. (…). En 1948, cuando se fundó el Estado de Israel, sus 650.000 judíos sólo constituían en torno al 35 por ciento de la población de Palestina, y sólo eran dueños del 7 por ciento de la tierra” (p.156).
“El liderazgo sionista unas veces se mostró propenso a aceptar la partición como primer paso, aunque siempre fue una mera maniobra táctica muy lejana de su auténtico objetivo. No tenían ninguna intención de coexistir con un Estado palestino viable a largo plazo, ya que semejante desarrollo de los acontecimientos entraba en conflicto directo con el sueño de la creación de un Estado judío en la totalidad de Palestina” (p.157).
“Rabín en realidad se opuso a la creación de un Estado palestino con todas las de la ley. En 1995, año en que fue asesinado, Rabín dijo: ‘Aspiro a la coexistencia pacífica de Israel como Estado judío, no en toda la tierra de Israel, ni en la mayor parte, con capital en un Jerusalén unificado, con las fronteras de seguridad con Jordania debidamente reconstruidas; al lado, una entidad palestina, sin llegar a ser un Estado, que dirija los destinos de los palestinos (…). Ése es mi objetivo, y no el regreso a las fronteras anteriores a la guerra de los Seis Días, sino la creación de dos entidades, una separación entre Israel y los palestinos que residen en Cisjordania y Gaza’” (p.163).
“Con Amitay y su sucesor, Tom Dine, el AIPAC se transformó; dejó de ser una operación de carácter íntimo y de bajo presupuesto para ser una organización grande, con una amplia masa en la base, con un personal de más de 150 empleados y un presupuesto anual (recaudado solamente entre las aportaciones particulares) que pasó de unos 300.000 dólares en 1973 a una estimación de 40 o tal vez 60 millones hoy en día” (p.200-201).
“La mayoría de los judíos estadounidenses apoya desde hace mucho tiempo las causas liberales y el Partido Demócrata, y la mayoría está a favor de una solución biestatal al conflicto entre israelíes y palestinos. Con todo y con eso, algunos de los grupos más importantes del lobby –incluidos el AIPAC y la Conferencia de Presidentes- se han vuelto cada vez más conservadores con el paso de los años, y hoy en día son partidarios de la línea dura que apoyan las posiciones de sus colegas más duros, los halcones de Israel” (p.211).
“Los judíos sin embargo comprenden el núcleo duro del movimiento neoconservador. En este sentido, el neoconservadurismo es un microcosmos a escala del movimiento proisraelí de mayores dimensiones. Los judíos estadounidenses son vitales en el movimiento neoconservador, pues forman el grueso del lobby, pero los no judíos son activos en ambos” (p.221).
“Los orígenes del sionismo cristiano se encuentran en la teología del ‘dispensacionalismo’, un enfoque particular de la interpretación bíblica surgido en la Inglaterra del siglo XIX, gracias sobre todo a los esfuerzos de pastores anglicanos como Louis Way y John Nelson Darby. El dispensacionalismo es forma de ‘premileranismo’, que afirma que el mundo experimentará un periodo de tribulaciones cada vez más graves hasta la hora en que regrese Cristo. Al igual que tantos otros cristianos, los dispensacionalistas creen que el retorno de Cristo está predicho en las profecías del Antiguo y del Nuevo Testamento, y que el retorno de los judíos a Palestina es un acontecimiento clave en el proceso predestinado que desembocará en el Segundo Advenimiento. La teología de Darby, Way y sus seguidores influyó en algunos destacados políticos ingleses, y es posible que diera al secretario de Exteriores británico Arthur Balfour una mayor receptividad a la idea de crear un hogar y una nación para los judíos en Palestina” (p.222).
“Como comentó una vez Harry Truman de un modo que ya es famoso, ‘en toda mi experiencia política no recuerdo que el voto árabe haya decidido nunca una elección especialmente reñida’. (…) Ni los gobiernos árabes ni el muy cacareado lobby del petróleo presuponen un contrapeso de importancia ante el lobby israelí” (p.237).
“El AIPAC, que se anuncia como ‘lobby proisraelí de Estados Unidos’, tiene en su poder de forma casi absoluta al Congreso” (p.271).
“Thomas Friedman, columnista del New York Times, ofreció en mayo de 2003 una valoración similar al decirle a Avi Shavit, de Ha’aretz, que Irak era ‘la guerra que los neoconservadores querían (…), la guerra que los neoconservadores habían vendido, (…) no habría ocurrido si hace año y medio se hubiera exiliado a 25 personas cuyos nombres podría darle ahora mismo y que en este momento se encuentran a una distancia no mayor de cinco manzanas de esta oficina (de Washington D.C.)” (p.411).
“Los iraníes, al igual que los estadounidenses y los israelíes, reconocen que las armas nucleares son la mejor protección que existe para un Estado que está en la lista de objetivos de otro Estado. Como escribió el experto Ray Takeyh, del Consejo de Relaciones Exteriores, ‘los cálculos nucleares de Irán no se derivan de una ideología irracional, sino de un intento razonado de confeccionar una capacidad disuasoria viable para responder a un amplio y variable abanico de amenazas. Los mandatarios iraníes se ven en el punto de mira de Washington, y esta percepción es la que les conduce a acelerar su programa nuclear’” (p.460).
“Israel es el único país del mundo en el que un número considerable de personas aboga por una alternativa militar contra Irán si éste no detiene su programa nuclear” (p.486).
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