He aquí algunos extractos del libro "Eichmann en Jerusalén", de la filósofa alemana de origen judío Hannah Arendt (1906-1975), sobre el juicio contra el teniente coronel de las SS Adolf Eichmann, que se celebró en la ciudad de Jerusalén entre los años 1961 y 1962. Con una lucidez y honestidad extraordinarias, la autora describe todo el proceso legal que condujo a Eichmann a la horca, a la vez que explora los episodios más controvertidos del holocausto, algunos de los cuales muy desconocidos para el gran público. La obra de Arendt nos ofrece también un retrato psicológico del acusado, que nos sorprende revelándose como un hombre mediocre que durante todo el juicio se limitó a argumentar que él solamente obecedía órdenes.
"La ingenuidad con que la acusación pública denunció las infamantes leyes de Nuremberg, dictadas en 1935, prohibiendo los matrimonios mixtos e incluso las relaciones sexuales extramatrimoniales entre judíos y alemanes, causó al público una impresión de desagradable sorpresa. Los corresponsales de prensa mejor informados se dieron perfecta cuenta de la paradoja que las palabras del fiscal entrañaban, pero no la hicieron constar en sus artículos. Sin duda, no creían que aquel fuera el momento oportuno para criticar las leyes e instituciones de los judíos de Israel" (2008, p.20).
"Su conocimiento de la imperecedera y omnipresente naturaleza del antisemitismo no solo ha sido uno de los más potentes factores ideológicos del movimiento sionista desde el caso Dreyfus, sino que ha sido también la causa de la sorprendente buena disposición que la comunidad judía alemana mostró en orden a entablar negociaciones con las autoridades nazis, durante las primeras etapas de implantación del régimen. (...) No era más que Realpolitik, sin matices maquiavélicos, cuyos riesgos se hicieron patentes años después, tras el inicio de la guerra, cuando los contactos diarios entre las organizaciones judías y la burocracia nazi facilitaron que los funcionarios semitas cruzaran el abismo que mediaba entre ayudar a los judíos a escapar y ayudar a los nazis a deportarlos" (2008, p.25).
"Durante el juicio quedó demostrado que los rumores referentes a las relaciones entre Eichmann y Hay Amin el Husseini , otrora gran muftí de Jerusalén, carecían de fundamento. (Eichmann conoció al gran muftí en el curso de una recepción oficial, al mismo tiempo que otros funcionarios alemanes). El gran muftí mantuvo estrechas relaciones con el Ministerio de Asuntos Exteriores alemán, así como con Himmler, pero ello no constituía un secreto" (2008, p.28).
"El pueblo alemán se mostró indiferente, sin que, al parecer, le importara que su país estuviera infestado de asesinos de masas, ya que ninguno de ellos cometería nuevos asesinatos por su propia iniciativa: sin embargo, si la opinión mundial -o, mejor dicho, lo que los alemanes llaman das Ausland, con lo que engloban en una sola denominación todas las realidades exteriores a Alemania- se empeñaba en que tales personas fueran castigadas, los alemanes estaban dispuestos a complacerla, por lo menos hasta cierto punto" (2008, p.33).
"Las leyes de Nuremberg habían privado a los judíos de sus derechos políticos, pero no de sus derechos civiles; habían dejado de ser 'ciudadanos' (Reichsbürger), pero seguían sometidos al Estado alemán, en el sentido de formar parte de su población (Staatsangehörige). Incluso en el caso de emigrar, no por ello perdían su vinculación con el Estado alemán. La relación carnal entre judíos y alemanes, así como los matrimonios mixtos, estaba estrictamente prohibida. Asimismo, también estaba prohibido que las mujeres alemanas menores de cuarenta y cinco años trabajaran en hogares judíos. Entre todas estas disposiciones legales, únicamente la última tuvo importancia práctica; las otras no eran más que formulaciones jurídicas que reflejaban la situación de facto" (2008, p.65).
"(...) Theodor Herzl, cuya lectura convirtió a Eichmann al sionismo, doctrina de la que jamás se apartaría. Parece que este fue el primer libro serio que leyó sobre esta materia, y le causó una profunda impresión. A partir de entonces, como en momento alguno dejó de repetir, Eichmann pensó solamente en una 'solución política' del problema judío (en contraposición a la 'solución física'; la primera sgnificaba la expulsión, y la segunda el exterminio)" (2008, p.67).
"El más grande idealista que Eichmann tuvo ocasión de tratar entre los judíos fue el doctor Rudolf Kastner, con quien sostuvo negociaciones en el caso de las deportaciones de los judíos de Hungría, y con quien acordó que él -Eichmann- permitiría la 'ilegal' partida de unos cuantos miles de judíos a Palestina (los trenes en que se fueron iban protegidos por policías alemanes) a cambio de que hubiera 'paz y orden' en los campos de concentración desde los cuales cientos de miles de judíos fueron enviados a Auschwitz. Los pocos miles de judíos que salvaron sus vidas gracias a este acuerdo, todos ellos personas destacadas y miembros de las organizaciones sionistas juveniles, eran, según palabras de Eichmann, 'el mejor material biológico'. A juicio de Eichmann, el doctor Kastner había sacrificado a sus hermanos de raza en aras de su 'dea', tal como debía ser" (2008, p.69).
"En aquellos primeros años existió un acuerdo altamente satisfactorio para ambas partes entre las autoridades nazis y la Agencia Judía para Palestina (...), que estipulaba que los emigrantes a Palestina podían transferir su dinero allí en mercancías alemanas y cambiarlas por libras a su llegada. Este acuerdo pronto fue la única forma legal que los judíos tuvieron de llevarse el dinero (...). El resultado fue que en los años treinta, cuando los judíos norteamericanos pusieron tanto empeño en organizar un boicot de los productos alemanes, Palestina, más que ningún otro lugar, quedó inundada de mercancías 'made in Germany'" (2008, p.93).
"Servatius (abogado de la defensa) declaró al acusado inocente de las acusaciones que le imputaban resonsabilidad en la 'recogida de esqueletos, esterilizaciones, muertes por gas, y parecidos asuntos médicos', y el juez Halevi le interrumpió: 'Doctor Servatius, supongo que ha cometido usted un lapsus linguae al decir que las muertes por gas eran un asunto médico'. A lo que Servatius replicó: 'Era realmente un asunto médico puesto que fue dispuesto por médicos. Era una cuestión de matar. Y matar también es un asunto médico'" (2008, p.105).
"Sí, sabemos muy bien que estos hombres que lucharon, aunque tardíamente, contra Hitler pagaron el fracaso con sus vidas y padecieron una muerte horrible. El valor que muchos demostraron fue admirable, pero no estaba inspirado por la indignación moral ni tampoco por lo que sabían acerca del sufrimiento padecido por otras gentes: actuaron movidos, casi exclusivamente, por su convicción de la inminente derrota y ruina de Alemania" (2008, p.149).
"En Amsterdam al igual que en Varsovia, en Berlín al igual que en Budapest, los representantes del pueblo judío formaban listas de individuos de su pueblo, con expresión de los bienes que poseían; obtenían dinero de los deportados a fin de pagar los gastos de la deportación y exterminio; llevaban un registro de las viviendas que quedaban libres; proporcionaban fuerzas de policía judía para que colaboraran en la detención de otros judíos y los embarcaran en los trenes que debían conducirles a la muerte; e incluso, como un último gesto de colaboración, entregaban las cuentas del activo de los judíos, en perfecto orden para facilitar a los nazis su confiscación. Distribuían enseñas con la estrella amarilla y, en ocasiones, como ocurrió en Varsovia, 'la venta de brazaletes con la estrella llegó a ser un negocio de seguros beneficios; había brazaletes de tela ordinaria y brazaletes de lujo, de material plástico, lavable'" (2008, p.174).
"La ley común de Hitler exigía que la voz de la conciencia dijera a todos 'debes matar', pese a que los organizadores de las matanzas sabían muy bien que matar es algo que va contra los normales deseos e inclinaciones de la mayoría de los humanos. El mal, en el Tercer Reich, había perdido aquella característica por la que generalmente se le distingue, es decir, la característica de constituir una tentación. Muchos alemanes y muchos nazis, probablemente la inmensa mayoría, tuvieron la tentación de no matar, de no robar, de no permitir que sus semejantes fueran enviados al exterminio" (2008, p.219-220).
"Es curioso observar que Antonescu" (dictador de Rumanía entre 1940 y 1944), "desde el principio hasta el fin, no fuera más 'radical' que los alemanes (como Hitler creía), sino que estuviera siempre un paso más adelantado que estos. Él fue el primero en privar a los judíos de su nacionalidad, y él fue quien comenzó las matanzas a gran escala, sin ocultaciones y con total desvergüenza, en una época en que los alemanes todavía se preocupaban de mantener en secreto sus primeros experimentos. Él fue quien tuvo la idea de vender judíos, más de un año antes que Himmler hiciera la oferta de 'sangre a cambio de camiones', i él fue quien terminó, cual haría después Himmler, por suspender el asunto, como si se hubiera tratado de una broma" (2008, p.282).
"Hitler puso de relieve que rechazaba toda idea de conquistar naciones extranjeras, que lo que él quería era 'espacio vacío' (volkloser Raum) en el Este, para que allí se asentaran los alemanes. Sus oyentes -Blomberg, Fritsch y Räder, entre otros- sabían muy bien que tal 'espacio vacío' no existía, por lo que forzosamente tuvieron que concluir que toda victoria alemana en el Este comportaría automáticamente la 'evacuación' del total de la población nativa. Las medidas adoptadas contra los judíos del Este no fueron únicamente el resultado del antisemitismo, sino que formaban parte de una política demográfica global, en el curso de cuya ejecución, caso de que los alemanes hubieran ganado la guerra, los polacos hubieran sufrido el mismo destino que los judíos, es decir, el genocidio" (2008, p.317-318).